En el máster tenemos una compañera invidente.
A veces me pregunto por qué ella decidió estudiar Periodismo de Agencia, siendo filóloga de profesión, y la han aceptado, sabiendo lo importante que es la vista en el oficio, pero no sé si este razonamiento obedece a la exclusión sistemática que hemos hecho tradicionalmente de quien padece alguna incapacidad.
Por tanto, lo he asumido gustoso como un reto, ya que ella misma nos pidió desde el inicio que no la tratácemos especialmente sino como a una compañera más. Es complicado porque, además de que en la práctica esto resulta ser distinto (pues es evidente que requiere atención especial de los instructores y no puede hacer las prácticas de video y fotografías), no estamos acostumbrados. Ya lo mismo le ha pasado a los profesores universitarios a quienes ella en su oportunidad les hace recomendaciones para que no se sienta excluida de la clase en curso.
Uno de ellos, al disculparse torpemente por sus constantes llamadas a la visión del proyector, dijo: "Lo siento, es que nunca he dado clase a invidentes", a lo que ella respondió en un tono algo molesta: "No es una clase para invidentes, sino una clase con una invidente", lo cual nos sorprendió a los demás presentes.
Mi sensibilidad en este sentido estaba ya despierta porque había tenido la oportunidad de visitar en Monterrey la exposición "Diálogos en la oscuridad", donde uno experimenta realmente por un par de horas cómo sería estar ciego. Consiste en una recreación de espacios de la vida cotidiana, como una calle, un supermercado y hasta una cafetería (en la que vendían productos de verdad, con todo y la imposibilidad de ver), surmergido en tinieblas y en los que cada grupo es guiado por un ciego o débil visual, quien ayuda a los inmersos en su mundo a que se pongan en sus zapatos.
Después de haber leído "Ensayo sobre la ceguera", del Nobel portugués José Saramago, tras ver previamente la película "Ceguera" (Blindness), del director brasileño Fernando Meirelles, pude adentrarme un poco a este mundo.
Desacostumbrado al subrayado en libros, y menos en uno propiedad de la Biblioteca pública municipal, he extraído algunas máximas inmiscuidas en el relato y que me han parecido verdaderas joyas.
Tras un rápido respaso, y sin pretender que sea exhaustivo, anoto aquí textualmente las relacionadas a la ceguera y los ojos (porque hay muy buenas de otros temas), considerando que así extraídas son sacadas de contexto pero pueden funcionar bien así como máximas:
La ceguera es una cuestión privada entre la persona y los ojos con que nació. (p. 46)
Siempre ha habido peleas, luchar fue siempre, más o menos, una forma de ceguera. (p. 176)
Los ojos, los ojos propiamente dichos, no tienen expresión, ni siquiera cuando nos han sido arrancados, son dos canicas que están allí inertes, los párpados, las pestañas, y también las cejas, son los que se encargan de las diversas elocuencias y retóricas visuales, pero la fama la tienen los ojos. (p. 315)
sábado, 28 de febrero de 2009
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