domingo, 8 de agosto de 2010

Familia pastoral

Aquí estoy de regreso después de un mes en el que "Alex", ese huracán que causó una atípica temporada vacacional, inundó literalmente todo el mes de julio con sus informaciones y seguimiento.

Puedo decir que fue el principal causante de esta ausencia del blog, por el internet que se tardó en llegar a mi casa después de las afectaciones causadas por el fenómeno meteorológico.

Pero ahora quiero hablar de unas personas muy importantes en mi vida, a quienes conozco desde hace poco más de 10 años, y a otros durante toda su vida. Es la familia de mi pastor, la que ha llegado a adoptarme de cariño.

He sido el niñero oficial de los cuatro hijos de mi pastor y su esposa, de los dos más chicos prácticamente desde que nacieron, hace 10 y ocho años, respectivamente. Y al menos desde hace cinco años soy el principal cuidador de cualquiera de ellos cuando se iban de viaje ambos padres, lo cual me hacía quedarme en su casa, llevarlos a la escuela por la mañana y ya que regresaba del trabajo asegurarme de que todos se pusieran a dormir.

Es curioso que muchos dicen que se parecen a mí y yo a ellos en general, llegando a creer la misma familia de mi pastor que soy algún sobrino desconocido.

Más allá de la apariencia física, ha sido la confianza mutua la que nos ha permitido establecer más y mayores lazos. Una confianza bien correspondida, debo decir, por ambas partes.

Con mi pastor emprendimos varias personas de la iglesia a la que pertenecíamos una aventura llamada Comunidad Bautista Jireh, en 2001. Esta congregación se transformó, creció, renovó miembros y se mantiene. Difícilmente podría pensarse Jireh sin Joel Sierra, su pastor fundador.

Ahora él y su familia se fueron a vivir a Nicaragua, ya que recibió la invitación a pastorear la Primera Iglesia Bautista de Managua, un crecimiento profesional que le permitirá, por lo visto, dedicarse de lleno al ejercicio eclesiástico, sin tener que trabajar en otra cosa para complementar su salario, como ocurría acá, incluida su esposa Eva.

Ellos fueron un sustento importante en mis años de vivir en Monterrey. En los últimos meses todos los fines de semana (siempre y cuando no saliera de viaje) iba a su casa como lo más natural. Hasta el perro que tuvieron mientras yo estaba en España, me terminó aceptando porque sabía que podía llevarlo al parque, lo cual le emocionaba.

Aunque no eran los únicos, sí eran personas importantes por las cuales valía para mí la pena estar en Monterrey. Ellos ya están en Centroamérica y yo me he quedado sin mayor problema, y probablemente por un tiempo más por ahora.

Acaban de partir hace apenas unos días, este viernes pasado para ser más concreto, y en este fin de semana el vacío es muy sentido.

Pese a que gracias a ellos pude volver a tener carro, pues me lo vendieron por su partida, Monterrey no será lo mismo para mí sin ellos. Y así inicia de alguna manera una nueva etapa en mi vida aquí.