domingo, 21 de marzo de 2010

Zona de guerra

Cuando se escuchaba o leía de la violencia en México, la mayor de las veces nos remitíamos a la frontera con Estados Unidos. Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Reynosa, Matamoros eran los referentes de la inseguridad general, donde casi a diario aparecían ejecutados.

Ahora esa misma violencia ocurre en la otrora tranquila área metropolitana de Monterrey, donde la moda de estos asesinatos, ajustes de cuentas entre implicados con el crimen organizado, apenas se hacía presente hace menos de 10 años, y como casos aislados. Desde al menos cinco años esto se ha convetido en habitual.

Ya entonces se manifestaba una especie de temor ciudadano generalizado. El estupor y la psicosis empezaban a ser comunes, por lo cual procuraba atajarlos argumentando que los ataques estaban certeramente dirigidos hacia ciertas personas y objetivos, y que afortunadamente eran poquísimas (como quiera lamentables) las víctimas civiles inocentes.

Con la entrada de Felipe Calderón al poder, una de sus primeras acciones fue utilizar el Ejército para combatir a los cárteles de la droga. Se vio como una buena medida ante la pasividad al menos aparente que distinguió a su antecesor, Vicente Fox.

Sin embargo, la situación no siempre resultó halagüeña. Para empezar, la violencia no cesó, e incluso se recrudeció, por más cabecillas que fueran detenidas. Los enfrentamientos se empezaron a salir de control, con sus correspondientes daños materiales y humanos. Y los capos demostraron su poder económico en el arsenal utilizado.

Y lugares tan aparenmente tranquilos como Monterrey comenzaron a ser escenario de continuas extorsiones, amenazas, secuestros, balaceras, casinos y demás.

Hasta ahora, el día en que más civiles han resultado directamente afectados por el crimen organizado (finalmente el sentimiento de inseguridad es real pero intangible) fue el pasado viernes 19.

Ese día inició con una balacera a las puertas del Tecnológico de Monterrey, que cobró la vida de dos estudiantes becados de posgrado de esa institución educativa. Continuó con al menos 31 bloqueos en diversas avenidas y carreteras del área metropolitana. Y cerró con la muerte de una señora que iba en su camioneta con su esposo, cuando quedaron en medio de fuego cruzado entre militares y sicarios. En este último caso la buena noticia fue que se rescató a dos mujeres secuestradas, pero los hijos de aquella víctima inocente fueron despojados de su madre.

Lo peor es que la mayor parte de esos bloqueos, según el Ejército, eran realizados por policías estatales o municipales, al servicio del crimen organizado.

Un ingrediente adicional, que incluso maximizó la relevancia de la nota de la balacera, fue que los muertos en el Tec eran los estudiantes mencionados, y no sicarios, como originalmente se dio a conocer por los medios con base a información que proporcionaron las fuerzas armadas.

Después de afirmar que ninguna persona de la comunidad del Tec había resultado afectada, se tuvo que aclarar que efectivamente sí las hubo, y era una pérdida lamentable por la historia de dedicación que tenían los ahora fallecidos.

Parece que no hay vuelta atrás: estamos en zona de guerra y hay que extremar precauciones. A cualquiera nos puede tocar estar en el lugar y momento equivocados. Pese a todo, trataré de no ser parte de la 'psicosis colectiva' que inunda la ciudad ni vivir con miedo, que es de lo más dañino que puede haber.

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