domingo, 22 de julio de 2012

Aventura en Laredo

Un viaje que iba a ser de ida y vuelta el mismo día, según lo planeado originalmente, se extendió más allá de lo deseado por una causa diferente al propósito original, a la vez propia y ajena.

Hace dos semanas fuimos a Laredo, Texas, de entrada por salida, propósito que nos había costado levantarnos muy temprano.

Tras un buen recorrido por el principal centro comercial de esa frontera gringa (Mall del Norte), nos disponíamos a encaminarnos hacia la siguiente tienda. Fui por el automóvil para que los demás no se asolearan; subí las cosas que traía en la mano a la cajuela y me disponía a abrir la puerta del conductor cuando la llave no funcionó...

Extrañado, miré y ¡resulta que le faltaba un pedazo! Lo primero que hice fue buscar alrededor por si el otro extremo se había caído, pero no; comprobé que la otra mitad permanecía dentro de la cerradura de la cajuela, por lo cual podía solamente abrir y cerrar este compartimento con el pedazo de llave externo.

Tras comunicar la noticia, y algún reclamo sobre qué fuerza bruta he de haber aplicado para que la llave se rompiera, acudimos a la seguridad del mall a pedir ayuda. La solución ofrecida fue buscar un cerrajero en las páginas amarillas, porque ellos no podían hacer nada.

La misma respuesta la obtuvimos del seguro, de la policía de la ciudad y de la del condado, uno de cuyos oficiales buscó en su teléfono números de teléfonos de quienes ofrecían el servicio. Encontró un total de 14, que fueron anotados por mi madre.

Con este panorama se nos fueron algunos dólares en teléfonos públicos, pero sobre todo mucho tiempo yendo de un lado a otro buscando una alternativa, marcando (ayudados por la dependienta en una tienda departamental, que amablemente y solo por ayudarnos hasta de su teléfono personal marcó algunas opciones) números de cerrajeros. Hasta mi acompañante le pidió a una tía suya en una población cercana a McAllen que hiciera su búsqueda.

El resultado fue inútil: si contestaban, no querían acudir porque estaba lejos (¡como si Laredo fuera tan grande!), no hacían ese servicio (sacar la parte de la llave de la carredura y/o hacer una nueva), no manejaban esa marca de automóvil (y por tanto no querían si quiera pensar en la posibilidad de intentarlo) o de plano ya era tarde en sábado. Vaya, hasta el celular de un cerrajero en Nuevo Laredo nos ofrecieron, pero no logramos comunicarnos con él. Pero ningún cerrajero de Laredo dio alguna solución.

El problema sería que era sábado en la tarde y probablemente ninguno tenía tanta necesidad de trabajo como para molestarse en hacerlo o al menos ir a ayudar. De antemano preveía que esa "ayuda" me saldría cara por el día/hora y por como se cotiza el servicio.

Una cosa ya veíamos cierta: tendríamos que dormir allá. Y la solución vino de chispazo después de un despeje mental, ante horas de concentración desesperada en una solución a lo que parecía más sencillo.

Una de mis hermanas, de vacaciones en sus estudios, tendría que ir con nosotros desde Zacatecas con una copia de la llave que traía mi otra hermana. Así que viajó toda la noche hacia Monterrey y de allí temprano a la frontera para encontrarnos.

Habiéndonos ya puesto de acuerdo en dónde vernos y con la pila agotada de mi teléfono, la esperábamos al día siguiente en una tienda después de desayunar. Sin embargo, las horas pasaban más allá de lo programado y ella no aparecía.

Decidí, por tanto, darme una vuelta hasta el carro, que curiosamente se encontraba enfrente de donde estábamos, solo que en medio de ambos estaba la carretera 35, por lo cual no había más que rodear hacia el siguiente crucero para acceder al otro lado.

Bajo el sol inclemente texano, llegué al automóvil, en el que encontré un extrañamiento de la seguridad del centro comercial indicando que el coche había permanecido allí toda una noche de manera indebida y hasta sospechosa, con advertencia de futura multa.

Regresé al otro lado y encontré un lugar en el que me prestaron un cargador para poner en funcionamiento mi móvil. Cuando la carga fue suficiente para tener señal, recibí al momento un mensaje de mi hermana indicándome que acababa de llegar al carro. Así que tuve que emprender el camino de vuelta.

Me explicó que su tardanza se debió principalmente al tráfico en el cruce del puente fronterizo, que mantuvo a su autobús detenido por mucho tiempo, luego del cual mejor descendió de él y se dirigió al cruce peatonal, es decir, del puente II de Nuevo Laredo al I. Posteriormente llegó a la terminal de autobuses urbanos, que se tardó en emprender la ruta, luego de lo cual se atravesó el tren en su camino.

Así, finalmente el sacrificio de mi hermana terminó con nuestra desesperación ante la falta de respuesta efectiva en el santuario del libre mercado.

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