
Esto sería cierto si excluimos a los 72 migrantes asesinados por grupos delincuenciales en San Fernando, Tamaulipas, que conmocionó al mundo entero, particularmente a Centroamérica, de donde provenían gran parte de las personas. Pero, claro, no eran mexicanos.

En este como en los sucesos anteriormente mencionados la constante han sido la corrupción y la impunidad, mortífero dúo que además impide la justicia.

Ciertos sectores sociales despertaron de su marasmo y se movilizaron exigiendo respuestas. Al siguiente fin de semana se realizó una manifestación que fue boicoteada por el gobierno estatal y el partido que detenta el poder. Más allá de la marcha, como se llama un colectivo surgido a raíz de eso, se han emprendido acciones que buscan preservar la memoria de las víctimas.

Frente y a un costado de las ruinas que siguen humeadas y mostrando su interior de máquinas consumidas por el fuego, se realizó un pase de lista, seguido en cada nombre por la frase "no debió morir", se expusieron posturas de diversas organizaciones presentes y convocantes, se expuso arte destinado a preservar la memoria, se ofrendaron velas y flores, y hasta se firmó una petición ciudadana para impedir la apertura de casinos en Nuevo León.



Pero si la administración de Rodrigo Medina de la Cruz quiso madrugar así el aniversario luctuoso, los ciudadanos nos reunimos para hacerlo de forma independiente, con la memoria de las víctimas por delante y compartiendo el dolor de sus seres queridos, iniciando por sus familiares.
Después de tantos sucesos que uno alcanza a ver en los medios de comunicación (impresos y electrónicos) o escuchar de conocidos, hemos comprendido que alguna vez nos puede tocar sin que la debamos.
Aquella ocasión fueron 52+2 los que fallecieron, algunos de forma heroica al lograr que algunos pudieran salir de entre las llamas. Por tanto, debemos luchar para que ninguno de los elementos que, combinados, provocaron este fatídico recuerdo se repita.
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