domingo, 18 de octubre de 2009

Nueve décadas de Metro

Este viernes el Metro de Madrid cumplió 90 años. Es imposible pensar esta ciudad sin este sistema de transporte, que fue mi primer referente para conocerla, así como normalmente sucede con otras que cuentan con el mismo servicio.

Y la verdad que es una maravilla, porque es muy funcional y abarca casi toda la ciudad con sus 12 líneas, la última de las cuales enlaza a municipios aledaños del sur, lo cual me benefició al tener el campus universitario en una de esas lejanías. Una maravilla con la que pocas metrópolis cuentan, al menos con esta dimensión.

En tamaño y servicio compite con el de la Ciudad de México, que también es mi principal modo de desplazarme en el DF. De hecho, no me quedaba claro cuál de los dos es más grande, porque ambos tienen un entramado envidiable, que llega a muchos rincones (en el caso del azteca, es particularmente difícil porque la población crece y se expande), y en el caso de la capital española se promociona como el segundo más grande de Europa (después del de Londres) y el tercero del mundo (según varias listas sería el quinto).

Según cifras oficiales, el madrileño tiene 283 kilómetros y 293 estaciones, mientras que el de México es de 201 y 175 estaciones, ambos actualmente en ampliación. Gran parte de estos números castizos se deben a la inversión que se hizo por la candidatura olímpica, para que el transporte público se consolidara como una de las cartas fuertes. Eso sí, el mexicano atiende a más usuarios.

Cuando me preguntan si me gusta vivir en España, mi respuesta se ve positivamente influida por la calidad del transporte público. Además del metro y los autobuses, está la red de trenes de Cercanías, que son de alta velocidad y que complementan con distancias más largas entre estaciones al primero, pues varias de sus estaciones tienen correspondencia con las de metro.

Es fácil desplazarse rápidamente de un lugar a otro, pese a que tiene sus inconvenientes, como todo, pues también se presentan retrasos en la afluencia de los trenes a ciertas horas y hay vagones ya viejos. En este sentido, hay líneas más modernas y rápidas que otras. Y en las direcciones es raro que no haya una estación de metro como referencia.

Lo que se me hizo raro, pero me terminé acostumbrando, es tener que abrir las puertas con un botón o una manija, en lugar de que abran y cierren automáticamente, como los metros que había conocido hasta entonces.

Otra característica, que al inicio dificultaba momentáneamente mi capacidad de orientación al salir de cualquier estación, se refiere a que el sentido de traslado es 'zurdo', es decir, que el tren corre hacia la izquierda, en lugar de hacia la derecha (como lo hace Cercanías, por ejemplo), como la mayoría de los metros que había conocido entonces, característica que varía de país a país y en algunos casos, como el de Viena, es indistinto, pues en algunas paradas los vagones circulan por la derecha y otras por la izquierda.

Ahora las voces masculino y femenina que anuncian la siguiente estación han sido tan familiares, que, cuando regresaba a Madrid de algún viaje y me subía al a este transporte para llegar a casa, escucharlas era sentir de nuevo que estaba en casa. Lo mismo puedo decir del sonidito que les precede (y que se parece al que se usa en el metro de Monterrey).

También lo que se escucha al cierre de las puertas, que en el caso de la línea 12 (la que me llevaba a la universidad) y otras que tienen trenes más modernos, recuerda al típico recurso sonoro que identifica a una película de terror si uno la analiza detenidamente.

Cuando viajaba entre la línea 1, entre Bilbao e Iglesia, percibía que lo que parecía una estación "fantasma". Resulta que es la de Chamberí, cerrada en 1954 y que ahora está abierta al público como una especie de museo del Metro, que cuenta la historia de este servicio y recrea una estación de la primer mitad del siglo XX, con todo y sus anuncios.

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