domingo, 15 de noviembre de 2009

Italiano

Hoy fue mi último día de trabajo formal en La Vita e Bella, el restaurante italiano de comida para llevar que está en Chueca (aunque tienen otras sucursales) donde estuve laborando poco más de dos meses tras haber iniciado a inicios de septiembre.

La pregunta que surgirá para muchos a continuación es ¿cómo le hice? Pues no, no tenía permiso de trabajo y me mantuve pese a que la mexicana por la que entré dejó de laborar allí por carecer de papeles. La verdad es que la diferencia fue que los míos estuvieron en trámite, pues tenía la ventaja de contar con permiso de residencia, pero al final resultó que no tenía del de trabajo y nunca me contestaron en la oficina donde supuestamente me lo tramitarían.

La situación en este sentido en Europa se parece mucho a lo que oímos de Estados Unidos en México. Si bien en cierto sentido yo era un trabajador "normal" más, es común que muchos empleen acá a inmigrantes para aprovechar mano de obra barata o escudarse de pagar algunos beneficios legales para el asalariado.

Como en nuestro vecino del norte, este tema en particular es usado como argumento contra la presencia de migrantes, aunque estas economías 'desarrolladas' los necesiten mucho. En las primeras semanas de estar acá, me llamaba la atención cómo era similar el panorama incluso en apariencia, con gentes de todos colores y tamaño en la calle, por ejemplo. Así como allá hay "afro-americanos", acá hay negros de África; así como allá muy muchos hispanos o latinos, acá también.

Pero regresando al trabajo, puedo decir con satisfacción que fui reconocido al final por mi jefe por mi desempeño. Llegó a decirme, un día después de que le anuncié mi decisión de dejar de trabajar por acercarse el tiempo de mi partida de España, que era el mejor. Dudo que haya sido tanto así, pero el orgullo propio se siente agradecido por esas palabras.

Uno de los beneficios adicionales, porque vaya que el económico y dentro de eso ahorrarme en comida cuando iba a trabajar era importante, fue la cantidad de gente que conocí, por trato diario o esporádico. Llegué a identificar incluso el gusto de ciertos clientes asiduos, que al verlos sólo tenía que confirmar señalando si les iba preparando el producto que habitualmente llevaban.

Otros tantos me lanzaban piropos o miradas de que les gusté. El último piropo como tal que recibí fue que tenía "ojos de italiano", pues seguro era porque llevaba una camisa verde que hacía que resaltaran mis ojos.

Pero a lo que sí se debió principalmente es que generalmente me creían italiano, hasta algunos trataban de practicar su italiano conmigo para después darse cuenta que estaba hablando con alguien de habla hispana y no italiano.

Y es que quienes me conocen acá difícilmente piensan, si no me escuchan antes o no distinguen mi acento, que soy mexicano. Ciertamente no correspondo en nada al estereotipo. En ocasiones hacía sufrir inocentemente a quienes les preguntaba de dónde me creían, porque me podían decir los 27 países de la Unión Europea y las naciones del cono sur (entiéndase Argentina y Chile)antes que mi propia nación.

Estando en ese lugar aprendí algunas pocas palabras, porque además entre ellos hablaban incluso dialecto siciliano. Por cierto, para algunos de ellos fue más fácil referirse a mí por mi nombre en italiano, Guglielmo (que yo mismo les hice ver desde que me presenté que era el equivalente) o incluso como "Güillermo".

Concluyo que esta experiencia ha sido estupenda. Y ha terminado bien, gracias a Dios, sin que tuvieran que correrme o yo renunciando, porque ya me estaba consumiendo mucho tiempo y mis fines de semana.

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