miércoles, 17 de febrero de 2010

DF

Uno de los pendientes importantes que me quedó al regresar al país y al iniciar el año era estar unos días en la Ciudad de México, lo que pude hacer un poco el fin de semana pasado con un propósito en particular, en lugar de hacer todas las visitas y encuentros con amigos que me hubiese gustado.

Me gustó reencontrarme con una megaurbe que me encanta. La capital mexicana está al nivel de cualquier metrópoli internacional: rica agenda de actividades culturales, museos de primer nivel, variedad de opciones de todo tipo, buen sistema de transporte público, alto nivel de participación política, avance en derechos civiles, historia arquitectónica...

En uno de estos aspectos me gustó comprobar que el ferrocarril suburbano, que no había alcanzado a conocer, es una adaptación del sistema Cercanías español (de hecho, la compañía operadora es de ese país y los trenes tienen el mismo modelo al menos por dentro) y que al menos allí en el centro del país se impulsa este tipo de transporte público que desapareció en el periodo presidencial de Ernesto Zedillo al privatizar la compañía ferrocarrilera nacional, pues incluso hay planes de ampliación más allá de Cuautitlán, actual estación final (desde Buenavista, al norte del centro histórico) y antiguo límite de la mancha urbana capitalina. Ojalá se hicieran más líneas y otros estados implementaran redes similares (hay deseos desde hace años de hacerlo en el Bajío y ahora más recientemente alguien lo manifestó para entre Monterrey y Saltillo).

Probablemente sea más por su tamaño, las personas son generalmente más abiertas aquí que en cualquier otra parte de la república. Porque suele ser más fácil expresarse donde hay mucha gente, entre la que además pueden encontrarse individuos con las mismas afinidades.

Ya sea solamente eso u otros factores adicionales, hay un desarrollo comparado al de las capitales europeas que conocí, tan sólo por la diversidad de lenguas e idiomas que pueden llegarse a hablar (tanto por extranjeros como por indígenas de diversas regiones del país), gente de todas apariencias y estilos, así como parejas del mismo sexo que manifestan su cariño libremente en la calle.

No por nada fue el primer lugar en la nación donde se aprobó la despenalización del aborto (que lamentablemente grupos conservadores e intereses ligados lo han bloqueado en alrededor de la mitad de los estados) y la unión matrimonial entre personas del mismo sexo (que se ve muy lejos en otras partes del territorio nacional).

En ese sentido a veces se me figura que hay dos Méxicos: el Distrito Federal y el resto del país. De por sí la animadversión mutua entre la capital y el interior del país (malamente llamado "la provincia", que para mí es un término que raya en lo despectivo), los famosos chilangos (que, aunque es el toponímico común de los lugareños, originariamente eran los fuereños que se iban a vivir al DF y luego regresaban presuntuosos a sus lugares de origen) y los distintos regionales.

Mientras muchos estados del país se afianzan en la derecha, y casi toda la nación misma, la capital se mantiene fiel a la izquierda y casi es el único lugar donde ésta existe de verdad, porque aunque oficialmente gobierne también en otras entidades no hay el mismo nivel de avance político y social.

El resto del país generalmente alegará concentración de recursos de todo tipo, sobre todo por un centralismo desarrollado en buena parte del siglo XX y que tiende a perder fuerza, y porque al menos el 30 por ciento de la población nacional está concentrada en el área metropolitana de la ciudad de México.

Que hay fallas y ni el gobierno del DF es perfecto, es cierto. Hay mucho qué atender y resolver en una caótica urbe de más de 20 millones de habitantes y una gran cantidad de población flotante por diversos asuntos. Pero indudablemente en muchos aspectos van adelante del país, al menos por la cantidad y/o proporción de lectores.

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