Me habían dicho que no hay nada que ver, salvo la Plaza del Duomo, el mero centro y donde se encuentra la catedral, de estilo gótico (pero por lo visto iniciada originalmente en románico) y sin campanario, que era la única referencia visual que tenía de esta población.
Si bien sólo uno de sus monumentos arquitectónicos es Patrimonio de la Humanidad, la iglesia de Santa María de la Gracia, donde se encuentra el famosísimo cuadro de "La última cena" de Miguel Ángel, es agradable caminar por las calles céntricas de la ciudad, porque aun muchos de los edificios comunes tienen bonitos decorados renacentistas.
Por cierto, no la pude conocer porque, así como para La Alhambra en Granada, España, era necesario comprar el boleto de entrada con anticipación, pues tienen cupo limitado, lo que no venía advertido (que yo me acuerde) en la pequeña guía turística que llevaba. Pero es bonita por fuera, como hecha de puros ladrillos y con decoración y cúpula ya revestida de piedra.
Otra muestra de lo que es la nación italiana fue el costo de la comidad, en general cara aunque muy buena, y su pésimo metro, que es el peor de todos los metros del mundo que he conocido hasta ahora, principalmente por su pésima señalización de direcciones y salidas. En sí, aunque ya son algo viejos, los trenes son muy funcionales, pero cualquiera de las otras ciudades de este recorrido (Budapest, Viena, Praga) tienen mejor servicio y más moderno.
Me agobiaba un poco la referencia a que fuera la capital de la moda respecto a que todo estuviera alrededor de eso pero, muy probablemente porque no pude pasear tanto como quisiera por estarme recuperando del malestar que se había hecho presente en la etapa anterior (Praga), no vi la gran cantidad de tiendas que me imaginaba ni el derroche de glamour, pese a que generalmente los italianos iban bien vestidos, pero nada espectacular, según yo, que conozco poco de este ámbito.
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