miércoles, 1 de abril de 2009

Brasov

Esta ciudad del sur de Transilvania, prácticamente al pie de los Cárpatos, es un encanto, pues además de sus construcciones medievales bien conservadas, restauradas o reconstruidas, está rodeada de la naturaleza, pues en sus inmediaciones están montañas arboladas que arropan su centro histórico.

Le criticaría que la "Iglesia negra", uno de sus principales atractivos y el templo gótico más grande del país, cierre precisamente ¡en domingo! De tal suerte que no pude verla por dentro, pues la tarde anterior tuvimos durante el día los recorridos anteriormente mencionados, y fue el domingo cuando mejor conocimos esta localidad.

Sus casas grandes y de estilo afrancesado, pero con toques propios o regionales, permiten ver el esplendor que tuvo entre finales del siglo XVIII e inicios del XX. Montones de casas bonitas en su fachada (habrá que ver cómo se conservan por dentro, claro).

Población netamente industrial y comercial, lo cual puede verse saliendo del casco antiguo, parece más adecuada para tratar al turista o visitantes que la misma capital rumana. Y es que su atractivo hace que de aquí partan otras excursiones a lugares cercanos y que también tienen lo suyo.

Fue aquí donde entré por primera vez en una iglesia ortodoxa, una interesante experiencia pues si bien las iglesias tienen una estructura arquitectónica similar a las que conocemos, ya sean católicas o protestantes (me refiero sobre todo a construcciones antiguas), por dentro son muy distintas.

Para empezar, no hay bancas o asientos, los cultos ortodoxos son de pie; pero también por la decoración, es abundante la pintura, principalmente por todo el techo y las paredes, con los íconos característicos de esta creencia (estilo bizantino).

Me tocó, en una de las dos iglesias en las que entré, una especie de ceremonia donde las personas sostienen unas varitas, como de incienso (o a lo mejor lo son, pero no pregunté y no percibí ese olor), y en la tiendita dentro de la iglesia (sí, porque allí surten a los feligreses de lo necesario, faltaba más, ja ja) vendían además de eso una especie de panes redondos que acompañaban a esa varita.

Probablemente era una ceremonia especial, alguna especie de Día de Muertos, lo desconozco (si alguien lo sabe, lo puede expresar en los comentarios, por favor), porque en ese mismo templo al que me refiero había dos puestecitos en el patio frente al propio edificio (atrio), con varios de esos palitos encendidos. Creí haber leído y entendido que uno era por los vivos y otro por los muertos, siendo éste el más animado y concurrido.

Pero hay otro hecho que, como mexicano, fue una total sorpresa al llegar a esta ciudad: la bandera de mi país estaba colgada de uno de los edificios más emblemáticos de este lugar, junto a la de Rumanía y la de la Unión Europea.

Resulta que, por haber una exposición sobre arquitectura mexicana, auspiciada por la UNAM y la Secretaría de Relaciones Exteriores de mi país en el museo de historia regional, la bandera estaba allí ondeando en el edificio que lo alberga, la Torre de las Trompetas, que está en la plaza principal del casco antiguo y que era el antiguo palacio municipal.

Alegra ver un elemento de la propia identidad nacional en un lugar del mundo donde uno no se lo espera. Podría tomarse como el colmo de mi nacionalismo, pero no llego a tanto, de verdad. Amo a mi país, pero soy también muy crítico con él.

Sin embargo, por favor vean esta última foto: ¿a poco no se ve bonita la enseña mexicana en esta plaza transilvana?

1 comentario:

  1. Muy bella... Mi estimado. ¡Ya no sigas con Rumania! Me acuerdo de Drácula y se me atoja comer moronga... Ya en serio. ¡Qué envidia de la buena! Un abrazo Señor

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